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UNELO - Un Niño En La Oración -
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10 mai 2012

enero 2005 - Toda vida es sagrada

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Hace algunos meses, Francisca nos pedía que rezáramos por los embriones. Siguiendo esta petición, hemos acogido con mucho respeto la reacción de algunos orantes que nos decían su emoción o su dificultad para reconocer que los embriones son seres vivos.

Contestando a esos correos y después de un largo tiempo de reflexión y de oración, quisiera, humildemente, expresarme personalmente sobre este tema tan difícil como doloroso: hablar del embrión, del feto, del aborto … de la vida y de lo sagrado … de lo sagrado de toda vida.

Toda vida es sagrada pues es don de Dios. Desde la más pequeña partícula de átomo hasta la inmensidad del cosmos, así como cada parcela de nuestro ser, todo es obra de Dios desde el encuentro de un espermatozoide y de un óvulo, la obra de construcción de un ser comienza, la vida está en marcha, la vida es, …y lo sagrado es, pues Dios está presente en toda vida. Embrión, feto, bebé, niño, joven, adulto o anciano, cada estadio de esta vida, de nuestra vida, desde su comienzo y hasta su término, es obra de Dios (Salmo 138,13 – Jeremías 1,5 – Job 10,11…).

Algunos científicos afirman que la vida del pequeñito no comienza hasta  un cierto estadio. Que antes de ese estadio, no es más que una disposición de células que se organizan y se multiplican. Se anuncia también, pero sin certeza, que es e amasijo de células no tiene conciencia, no tiene sensaciones, no sufre. Así de esta demostración, la investigación científica utiliza los embriones humanos para sus investigaciones, nuestras sociedades determinan el número de semanas de gestación hasta las que, legalmente, una mujer puede abortar. ¡Y Dios, en todo esto! Profesamos cada domingo que el Padre todopoderoso es creador de toda cosa “antes de todos los siglos”, desde el comienzo “absoluto” afirmado en el Génesis (Gn 1,1) y retomado, entre otros, en el prólogo del evangelio de san Juan (Jn 1,14). 

¿Por qué nos negamos a creer que la primera célula fecundada en el vientre de la mujer sería la vida querida, deseada por Dios? ¿Por qué querer limitar esa omnipotencia de amor de Dios, que se dice en toda vida, a nuestra concepción humana estrecha y limitada?

¿En qué la afirmación de esta vida que se impone real y en Dios desde su principio, nos molesta? ¿No será que se juega aquí la necesidad irresistible  de expresar nuestra libertad de escoger, de decidir en función de nuestras propias certezas, de nuestra propia “verdad”, de nuestro propio deseo de permanecer “dueño” de nuestra vida?

Esta libertad que el Señor nos ha dejado desde la Creación, la proclamamos alto y fuerte en cuanto que las “leyes” de Dios parecen aprisionarnos en lo que percibimos como “obligaciones”. Sin aspirar a la Libertad real, queremos ser cada vez más libres: libre para pensar, para actuar, libre de tener o no hijos, libre de nuestra sexualidad. Esta libertad arrastra a algunos a rechazar cada vez más lejos los tabús, todos los tabús, como el de reivindicar la libertad sexual con hijos y cada vez más jóvenes. … y sé de vuestra oración por esos niños de los que han abusado.

En Francia, se practican más de 200 000 abortos por año, “cifra enorme e inquietante” según lo declaran los mismos médicos. (diario Zenit del 31.07.2004) Libertad del “derecho al aborto”…

Nosotros que pedimos por los niños maltratados, ¿no debemos interrogarnos sobre estos pequeños, los que están en vida desde su concepción, los de vida intrauterina, los más pobres, los más olvidados, los más maltratados porque negados desde su concepción?

¿No debemos reflexionar en nuestra oración por esos pequeños también?

¿No debemos interrogarnos igualmente sobre nuestra propia pobreza para trivializar la destrucción de esa vida que comienza, así como condenamos, paralelamente, a la mujer que aborta?

Las razones son múltiples para decidir abortar. No tenemos que juzgar a las mujeres que abortan libremente o bajo toda clase de presiones. Sea por puro egoísmo, por pobreza material, cálculo de carrera, edad precoz, abuso y violencia…, cada una tiene sus razones “personales” para tener ese gesto: ¡entonces hay tanto desamparo, tanta soledad, tantos miedos, tantas pérdidas de referencias, tanta falta de esperanza!

Tenemos que ayudarles, acompañarles, y rezar por todas esas mujeres que no saben cómo acoger esa vida, que son demasiado pobres o demasiado heridas para esperar para y por ese pequeño que lleva, y que al abortar, son víctimas de una nueva e inexorable herida que va a destrozar su vida.

Hay que acoger infinitamente la oración que el Señor, en el soplo del  Espíritu, pone en nuestro corazón por todos, niño en transformación y madre futura.

Orar por esas mujeres conocidas y desconocidas, en las que nace la cosa más sagrada que hay, y por esos pequeños a los que todo el mundo se apresura de tratar de olvidar.

Por fin, ¿no está en juego nuestra confianza en Dios?

Confiar como María que dejó que Dios la invadiera abandonándose totalmente a su voluntad, y acogió esa vida, ese don divino, nuestro Salvador. Orar para que esas mujeres confíen totalmente en Dios a pesar de las dudas, las angustias. “Atreverse a confiar” en este mundo en el que la confianza aparece, demasiado a menudo desde ahora, como una debilidad. Es una apuesta a la desmesura del Amor loco de Dios para cada uno de nosotros.

¡Atreverse a amar hasta ese punto!

Oremos para que la vida sea respetada desde el principio del todo, y hasta su término,

oremos por  esos pequeños olvidados y maltratados mucho antes de nacer,

oremos por sus madres demasiado pobres o demasiado heridas pero también por todas las madres que a imagen de María han acogido con total confianza ese don sagrado de Dios a pesar de todas las dificultades y de todas las angustias,

y demos gracias a nuestro Padre por ese Amor fuera de toda medida que arde por todos nosotros.

 

Mona – enero 2005

 

 

 

 

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